Limpia las anchoas quitando las vísceras y la cabeza y, a continuación, enjuagando el vientre.
Echa una capa de sal marino en un recipiente de vidrio donde quieras almacenar las anchoas.
Añade una capa de anchoas encima de la sal, seguida por otra capa de sal, seguida por más anchoas.
Sigue haciendo capas hasta que hayas metido todas las anchoas, y termina el proceso con una capa de sal, asegurándote de cubrir el pescado por completo.
Para ayudar el proceso de conservación, haz una salmuera. Esto se logra añadiendo sal a un poco de agua caliente, disolviendo la mayor cantidad de sal posible. Una vez que tengas la salmuera preparada, viértela sobre las anchoas y sal, cubriéndolo todo.
Cubre el recipiente y ponlo en la nevera durante unos 3 meses. (Sí, ¡Lo has leído bien!) ;)
Una vez pasados los 3 meses, puedes comenzar a echarles un vistazo. Ya deben de haber cogido un color marrón claro.
Saca unas anchoas de la sal. Me gusta preparar pocas anchoas a la vez, sólo las que creo que utilizaremos en una semana o dos como mucho.
Filetea cada anchoa sacando la columna vertebral con los dedos.
Mete los filetes de anchoa en un recipiente con agua. Aunque se pueden comer inmediatamente, suelen estar demasiado saladas si no los dejas primero en agua dulce un ratito.
Después de una hora o dos, comprueba el sabor de las anchoas. Si todavía las encuentras demasiado saladas, puedes cambiar el agua y dejarlas otra hora o dos. Esta parte va a gusto de cada uno.
Una vez que las anchoas hayan alcanzado el nivel de sal deseado, sécalas con un paño o papel de cocina, y colócalas en un recipiente para almacenarlas.
Cúbrelas con aceite de oliva virgen extra, y ya está! Se deben conservar cubiertas con aceite y en la nevera.